
Ella atesora sus recuerdos con la estricta pulcritud de la discreción. Tal vez para protegerlos del paso del tiempo o porque la vida así la fue convenciendo. Patricia Bouzas comenzó a militar a los 12 años y su vida estuvo abrazada a la más intensa y rica historia sindical. Por lazos familiares, por llevar en su ADN el fuerte compromiso social con la CNT y también por decisión del camino propio. Patricia nació en Montevideo, en el barrio Pocitos, en una casa intensa. Su mamá Ana María, en su fuero íntimo, seguramente siempre supo que el destino podría golpear a la puerta de manera imprevista. Eran tiempos de despedidas silenciosas y valijas y pasaportes urgentes. Sobrevivir era la consigna. Posiblemente, Patricia también supo ver que la vida de a ratos parecía torcer los sueños, como cuando la detuvieron y encarcelaron durante 10 días terribles, eternos, repletos de miedo y espanto, cuando ella tenía tan solo 15 años. Vidas rotas, cicatrices que perduran.
Su papá, Carlos Bouzas, «El Gallego» querido, contribuyó a fortalecer la CNT y la esperanza. La partida al exilio primero en Buenos Aires (Argentina) y luego a Madrid (España), marcaron a la familia y estrecharon lazos de vida y solidaridad.

Patricia siendo adolescente ya a resguardo en España, redactó, envió y respondió cartas desde el exilio con las familias de las y los presos de la dictadura. La Coordinadora de la CNT en Madrid había logrado conseguir fondos para colaborar con las familias de las y los detenidos y un grupo de militantes escribía cartas solidarias, que intentaban pasar desapercibidas a las Fuerzas Conjuntas que lo controlaban todo. Patricia ni recuerda la cantidad de cartas que escribió pero sí tiene claro que las respuestas provenientes desde Uruguay al principio eran temerosas, luego más cálidas y con cierta confianza y en algunos casos, terminaron siendo casi informes políticos de la situación del país, para que las y los compatriotas en el exilio tuvieran información de primera mano. Ella adolescente sabía que el retorno al país comenzaba a ser una necesidad de vida. “Lo único que yo quería era volver a Uruguay cuanto antes”.
Cuando la familia volvió al país en 1984, se reencontró con las amigas, las esquinas y los colores de su vida. Y comenzó la otra parte de su historia de vida en un espacio sindical que siempre sintió como propio. En 1988 se incorporó al PIT-CNT, en tiempos del Voto Verde, fue secretaria de José Pepe D’Elía, luego trabajó en otros ámbitos profesionales, se desempeñó como administrativa en la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS) y en el año 2004 se presentó a un concurso para ingresar al Instituto Cuesta Duarte, donde trabaja hasta hoy. Literalmente hasta hoy, porque a partir de mañana se tomará unos días de licencia y luego se jubilará.
Patricia no suele hablar de muchas cosas. Observa casi todo lo que la rodea con cierta distancia reflexiva. Sin embargo, cuando sale de la oficina de la calle Jackson, retoma su vida de siempre. Ahora que está a punto de jubilarse sabe que tendrá más tiempo para jugar al truco y para juntarse con sus amigas de la vida. Admite que miente lo “suficiente y necesario” para ser considerada una buena jugadora de esas que engañan porque casi nadie podría sospechar de sus flores y envidos. Patricia, la hija de Ana María y El Gallego, sabe que las cartas la han acompañado toda su vida. Estas y aquellas y las otras. Las que escribió de jovencita para familias que no conocía, las que tuvo en sus manos con mensajes de amor a distancia, aquellas que la emocionaron hasta las lágrimas y ahora estas otras cartas, que le muestran el costado más lúdico de la vida.
Patricia mañana comenzará a disfrutar el tiempo sin urgencias, irá a la playa, dormirá hasta tarde, leerá más novelas negras y escuchará más canciones de Serrat, Sabina y Zitarrosa y estudiará historia.
Y de a ratos, volverá a conversar con sus recuerdos, sus silencios y sus pausas.
Patricia Bouzas sabe que el cariño no se explica.
Y que la van a extrañar, aunque tal vez por pudor, no se lo digan a cada rato.